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Úbeda

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Juan Pasquau Guerrero

 

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DESDE LA CORUÑA (Precede al tít: Miscelánea Estival)

Juan Pasquau Guerrero

en SAFA. Nº 28. Julio-agosto de 1964


        


BIKINIS Y MONOBIKINIS.- Lo frecuente en las playas es que nadie se ocupe sino de tomar el sol y de bañarse, sin atender a los demás. Así es que bikini mas, bikini menos, importa poco, relativamente. Relativamente, decimos. Porque si vamos a lo absoluto, si intentamos enjuiciar, en sí y prescindiendo del ambiente, la moralidad - la inmoralidad - del bañador de dos piezas o de una pieza, nos vamos a armar un pequeño lío.

Pero es que lo absoluto también cuenta. ¡No faltaba más! El monobikini y el bikini no dejan de ser lo que son, por el hecho de que se prodiguen. Y por encima de cualquier relativismo está -debe estar - el sentido del pudor femenino. El impudor no se contabiliza en función de los pecados o tentaciones que suscita, sino en función del propio decoro. Admitamos que en la playa cada uno está en lo suyo y que la semi-desnudez no escandaliza. Es mucho admitir, pero aun conviniendo en eso, queda una cosa en pie: la mujer que así se exhibe pierde - al menos durante las horas en que se exhibe - el pudor. Aunque se la absuelva fácilmente en gracia al “medio ambiente”.

Pero estas son, seguramente, ideas anticuadas. Bueno, bueno: pero uno cree que el impudor es todavía más antiguo que el pudor. Todo lo anticuado, de la noche a la mañana, de otra parte, puede ponerse de moda. Así es que por ese camino...

CAMPAMENTOS.- Es un fenómeno que el verano universaliza: el campamento. De los doce a los treinta años, a nadie le falta esta oportunidad. Los hay de todas las clases y para todos los gustos: militares, juveniles, escolares. Y cuando no se nos acoge en el campamento, por mayor de edad, entonces está el “camping”, que es una versión al que todos tienen opción.

La nota común del campamento es que nos pone en contacto con la naturaleza. Siempre se dijo “madre Naturaleza”, si bien no faltó quien la motejara de madrastra. Madre o madrastra, conoce bien nuestras inclinaciones recónditas. Está en el secreto de nuestra hondura. Por mucho que nos empeñemos en contrario, el árbol, el pájaro, la fuente, el monte y el mar, son parientes nuestros, según la naturaleza. Por muy “tecnificados” que queramos ponernos, siempre nos producirá más emoción una cascada que una turbina. Y nos impresionará más una ola del mar que un anuncio luminoso. Incluso un humilde grillo nos despertará sensaciones que no nos despierta una canción moderna.

Está bien que progresemos, que nos metamos de lleno en “cultura atómica”, pero siempre con la condición de volver, de vez en cuando, la vista atrás. Es estupendo que asfaltemos perfectamente nuestras ciudades, pero a condición de saber internarnos también por las veredas del campo agreste o de escalar anhelosos las cumbres de las montañas. Bueno será el “whisky”, caramba, pero necesario es beber a horcajadas el agua limpia que mana de la fuente serrana. Y hasta urge compensar la comodidad habitual de la tumbona con la manta extendida en el santo suelo. Todo ello fortifica y recuerda a nuestra carne el barro de que está hecha. Y el barro lo agradece.

TRABAJO Y SIESTA.- Según la latitud geográfica, el verano debiera ser más o menos productivo en el sentido económico de la palabra. Ciñéndonos al caso de España, ¿puede rendir igual - personalmente igual - un productor de la empresa Bazán de El Ferrol, que trabaja a las cuatro de la tarde con veinte grados de temperatura, que un campesino andaluz que siega inmerso en los sesenta grados al sol, poco más o menos? En todo el Norte, durante el verano se duerme bien y no es necesario el suplemento de siesta. Pero recorra Vd. cualquier ciudad andaluza a las cuatro de la tarde. Paralización absoluta. (Perros echados a la sombra con la lengua fuera...) En los talleres y fábricas, trabajo, sí, por que no queda otro remedio, pero con un bochorno que relaja el ánimo y achica los estímulos. Y aunque las máquinas no acusen el calor, ¿no se resentirá, bajo el impacto de los cuarenta grados, el complejo laboral todo?

Y sin embargo, el campesino andaluz, o el castellano, en los campos ardientes, en los páramos resecos, da de sí lo inimaginable. Trabaja sin descanso y sólo reclama la ayuda del gazpacho y del botijo. Lo sorprendente es que, a lo mejor, termina más cansado -más moralmente cansado, que es lo que cuenta para la totalización de la fatiga- el veraneante que ha pasado la jornada tendido en una hamaca junto a la playa que el segador de Úbeda o de Écija. ¿Y quién dormirá luego mejor?

Alguien me dio una vez la receta:

- No puedo con este calor - dije.

- Ilusión de la pereza - me replicaron; la pereza está siempre deseando no poder; no poder con las cosas, no poder con el trabajo. Pero lo malo no es el calor, sino la pereza. Hay un medio de poder: querer. Hay una manera de doblarle el pulso al calor: arrostrarlo a pecho descubierto, como los segadores.

Existe una publicidad nociva que se encarga de “enterarnos” de que la sed se vence con bebidas refrescantes y, sin embargo, se le vence mejor con café caliente. De la misma manera, el cansancio estival no se le domina con la inactividad sino con el trabajo.

¿Entonces?

-Entonces, no pienses nunca que estás cansado, porque, indefectiblemente, te cansarás.


LECTURAS DE VERANO

- ¿Qué lees este verano?

¡Psch...! Ahora con la tele...

A lo mejor pertenecemos a esa clase de hombres que dejan para el verano los libros que no leerán nunca. Porque llegan las vacaciones y ya se sabe...

Sin embargo, una auto-disciplina debiera imponernos cada día unas horas - o una hora simplemente - de la lectura reposada, sedante. De lectura desinteresada, por supuesto. Porque durante el curso leemos para enterarnos y estudiamos para aprobar. Pero en el verano no existe ese agobio. Se puede leer, deleitosamente, para recreo del ánimo. Y entonces la lectura nutre más y mejor. No embuchamos conocimientos sino que, pausadamente, deglutimos ideas. Y podemos elegir nuestro menú particular de lecturas - menú a la carta - sin atenernos al plato del día.

Pero, ¡ay! Tenemos por ahí mil reclamos que sirven a nuestro anhelo de diversión. Reclamos que vociferan, que gritan. El libro, calladito en el estante, no nos dice nada. Es nuestro mejor amigo, pero nosotros sin enterarnos.

Mira, joven, qué libros tienes en el estante. Concédeles un poco de atención. Piensa que, quizás, alguno de ellos puede dar una nota de trascendencia a tus vacaciones.

¿Leíste ya el Quijote? - pregunté durante el curso anterior a un alumno de sexto de Magisterio.

Hombre - me contestó - , leerlo, lo que se dice leerlo, entero y de una vez, nunca. Pero conozco algunos capítulos interesantes. Ahora estoy leyendo todo lo de Faulkner y a Eugenio O’ Neil en “Obras completas”. A ver si este verano...

A lo mejor, este verano se ha decidido por Camus “entero”. Y el Quijote, “rollo” según él - seguirá calladito en el estante.

Pero ¡cuántos goces inéditos puede reservarnos el desenrollar ciertos pretendidos “rollos” !