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Úbeda

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EL PADRE PRADOS

Juan Pasquau Guerrero

en SAFA. nº 16, junio-agosto 1962


        

Por los años cincuenta y uno, cincuenta y dos, cincuenta y tres... nuestras Escuelas tuvieron al Padre Prados. Fue Prefecto y, luego, Director. Michel del Castillo literaturizó al P. Prados –dando a medias su nombre, escribía P. Pardo- en su novela “Tanguy”.

Como en SAFA queremos intentar unas semblanzas de los hombres representativos –bajo cualquier aspecto prestigioso- que han pasado por la Institución, no podemos omitir al P. Prados. Lo de que “su modestia no nos lo perdonará” es, en
este caso, verdad.

Desde luego, rara vez existen hombres modestos puesto que los inteligentes no abundan, y es frecuente que los inteligentes, antes de terminar de serlo, caigan en la trampa de la soberbia. Pero el P. Prados no es que fuera modesto por postura. (En este caso -secretamente- nos agradecería que nos ocupásemos de él). Era sencillo, austero y humilde por naturaleza y por convicción.

Primero se acuerda uno, ante todo, de sus distracciones y despistes. Me lo estoy representando ahora, yendo de acá para allá, entrando en una clase, saliendo de otra, subiendo la escalera aprisa como solía, mirando inquisitivo a derecha e
izquierda.

- Pero, ¿qué busca usted, Padre?

- Busco mi bonete. No sé, no sé dónde he podido dejarlo... (Lo llevaba en la mano...)

Pero las anécdotas de sus distracciones y de sus ensimismamientos no podían ocultar su valeroso, fuerte, potentísimo talento.

Y no es el suyo un talento vago que planea generalidades, que vuela sin posarse. Era un talento que, en cada instante, aterrizaba –aterriza- en lo concreto. Porque ya se sabe que hay talentos que no se dignan descender nunca a la tierra...

Abordábamos al P. Prados con todos los problemas y para cada problema él daba la solución. No siempre era la solución fácil que se esperaba. No siempre el consejo resobado, usado, inútil a fuerza de prodigarse en la misma fórmula y de la misma manera. No. El consejo del P. Prados se envolvía muchas veces en cierta aspereza de cosa nueva, insólita. En ocasiones él nos desconcertaba con su carcajada rápida y sonora. Era una cascada de jovialidad contenida que brotaba dentro de su austeridad. Y eso era lo paradójico en él: su ternura espiritual, su sensibilidad en el paisaje aparentemente hirsuto de su sobriedad, de su temperamento adusto.

¿Qué es ser un buen religioso? No puede desconocerse que la vida espiritual de la gracia al ensamblarse en lo natural, en lo temperamental, no siempre lo hace sin violencias. La profesión religiosa es difícil: exige una soldadura tenaz del
hombre con su ángel. Y entonces la quemazón, el cauterio es inevitable. Bien se veía que la personalidad del Padre Prados había pasado por un intenso plegamiento psíquico, por una orogenia difícil, abrasadora. Cuando le conocimos, advertíamos en su carácter, ya sedimentado, algo así como los muñones descomunales de su naturaleza eruptiva, volcánica. Y era aquella su vida: levantados, erectos peñascos de ascesis imponente entre los que murmuraban, risueñas, las fuentes, los arroyos, los manantiales. Paisaje de sierra confortante y brava con águilas caudales y florecicas silvestres.

A la inteligencia del P. Prados hace servicio una memoria prodigiosa. Un hombre de una calidad así tiene que dejar imborrable huella. En Úbeda la dejó en todos cuantos tuvimos la fortuna de conocerlo.